martes, 24 de julio de 2012

San Juan María Vianney Patrono de los Sacerdotes


Juan María Vianney, el santo cura de Ars, patrono de los sacerdotes, modelo de sacerdotes y fieles, intercesor eficaz de ambos.

San Juan María Vianney, más conocido como el Cura de Ars, pequeño pueblito de Francia donde fue destinado como sacerdote, es el patrono de todos los presbíteros de la Iglesia Católica.

De familia modesta, nacido en Francia en 1786, tuvo que luchar contra la resistencia de su padre para seguir el camino sacerdotal, ya que deseaba que su hijo siga el oficio de cuidar las ovejas del rebaño que tenía, aunque Dios lo tenía destinado para cuidar otro tipo de rebaño.

Pocas esperanzas se tenían de él debido a su escasa lucidez intelectual, que tantos problemas le daba con el latín, por el que casi deja los estudios, ya que las clases superiores se dictaban en ese idioma, y no llegaba a entender ni las mínimas preguntas que se le hacían.

Un sacerdote al que acudieron para su formación tomó el encargo de prepararlo en el idioma universal de la Iglesia para que pudiera continuar, y superado ese escollo, se encontró con los problemas de la filosofía.

El padre Balley, que lo preparaba, toma entonces al candidato y lo prepara en la filosofía y la teología.

Aunque con notas bastante bajas, el Obispo consulta por su comportamiento, y enterado de que, a pesar de sus escasas luces intelectuales, es una buena persona, de excelente conducta moral, y que sabe resolver con sabiduría los problemas de conciencia, decide ordenarlo, confiando en que “Dios hará el resto”.

En 1818 llega a un pueblito perdido de Francia, Ars, con escasos 200 habitantes y pocos practicantes de la religión católica, más famoso por sus bares y cabarets, por la vida licenciosa de sus habitantes y la falta de piedad y amor a Dios.

El cura se arrodilla y pide a Dios que lo ilumine en su misión. Reza y hace penitencia por su pueblo. Un solo hombre acude a la Misa. Al final de su ministerio en la comunidad, uno solo no acudirá.

Varias veces fue tentado a abandonar su ministerio presbiteral y refugiarse en algún monasterio contemplativo, y hasta había emprendido la huida algunas veces, pero su capacidad de pedir a Jesús que se “haga Su Voluntad” en él, hizo que desistiera en todas las ocasiones.

El demonio lo tentó y azotó muchas veces, pero el santo cura permanecía inalterable en su puesto, a pesar que solía azotarlo, moverle la cama por las noches y hasta incendiarle el dormitorio.

Las predicaciones las preparaba por la noche y ante el Santísimo Sacramento en El Sagrario.

Las escribía y las recitaba muchas veces para aprenderlas de memoria.

Pero luego desde el púlpito se olvidaba de todo ello, y las palabras salían claras y los pensamientos sonoros, y la gente se volcaba a la conversión y el seguimiento de Jesucristo, haciendo honor a la Palabra de Jesús en los Evangelios de “no preocuparse por lo que se vaya, ya que el Espíritu Santo pondrá sus palabras en nuestras bocas”.

Pronto los bares y centros de diversión comenzaron a perder adeptos, y la Iglesia antes desierta se abarrotaba de gente para escucharlo y para oír sus sabios consejos en el confesionario.

Ars se convirtió en un centro de peregrinación religiosa para ver, escuchar, y si fuera posible confesarse con el santo cura, que pasaba entre 12 y 16 horas atendiendo a los que llegaban en el confesionario, del que llegó a decir que era su “pequeña tumba”, en la que pasaba la mayoría del tiempo.

Los turnos para verlo se repartían anticipadamente.

Los pasajes de tren comenzaron a agotarse con semanas de anticipación, y varios hoteles alrededor de la Iglesia albergaban a los peregrinos.

Leía las conciencias y manifestaba los pecados de sus penitentes antes de que los pronunciaran a sus oídos, y muchas veces recordaba algunos ya olvidados pero no confesados a Jesucristo a través del sacerdote.

Compartía lo escaso que tenía si alguien padecía más que él, y su generosidad y bondad ganaron los corazones con alegría.

41 años estuvo en ese lugar y todo lo transformó.

La fuerza del Espíritu Santo actuaba en él, y Jesús Resucitado era su guía y su poder.

Los problemas y dificultades de todo tipo los colocaba confiadamente bajo la providencia del Padre Celestial.

Murió el 4 de agosto de 1859 a los 73 años de edad.

Fue canonizado en 1925 y proclamado por Pío XI “patrono de todos los sacerdotes” en 1929.

Vocación Sacerdotal, primera parte


Vocación Sacerdotal, Segunda Parte