Juan María Vianney, el santo cura de Ars, patrono de los sacerdotes, modelo de sacerdotes y fieles, intercesor eficaz de ambos.
San
Juan María Vianney, más conocido como el Cura de Ars, pequeño pueblito de
Francia donde fue destinado como sacerdote, es el patrono de todos los
presbíteros de la Iglesia Católica.
De
familia modesta, nacido en Francia en 1786, tuvo que luchar contra la
resistencia de su padre para seguir el camino sacerdotal, ya que deseaba que su
hijo siga el oficio de cuidar las ovejas del rebaño que tenía, aunque Dios lo
tenía destinado para cuidar otro tipo de rebaño.
Pocas
esperanzas se tenían de él debido a su escasa lucidez intelectual, que tantos
problemas le daba con el latín, por el que casi deja los estudios, ya que las
clases superiores se dictaban en ese idioma, y no llegaba a entender ni las
mínimas preguntas que se le hacían.
Un
sacerdote al que acudieron para su formación tomó el encargo de prepararlo en
el idioma universal de la Iglesia para que pudiera continuar, y superado ese
escollo, se encontró con los problemas de la filosofía.
El
padre Balley, que lo preparaba, toma entonces al candidato y lo prepara en la filosofía
y la teología.
Aunque
con notas bastante bajas, el Obispo consulta por su comportamiento, y enterado
de que, a pesar de sus escasas luces intelectuales, es una buena persona, de
excelente conducta moral, y que sabe resolver con sabiduría los problemas de
conciencia, decide ordenarlo, confiando en que “Dios hará el resto”.
En
1818 llega a un pueblito perdido de Francia, Ars, con escasos 200 habitantes y
pocos practicantes de la religión católica, más famoso por sus bares y
cabarets, por la vida licenciosa de sus habitantes y la falta de piedad y amor
a Dios.
El
cura se arrodilla y pide a Dios que lo ilumine en su misión. Reza y hace
penitencia por su pueblo. Un solo hombre acude a la Misa. Al final de su
ministerio en la comunidad, uno solo no acudirá.
Varias
veces fue tentado a abandonar su ministerio presbiteral y refugiarse en algún
monasterio contemplativo, y hasta había emprendido la huida algunas veces, pero
su capacidad de pedir a Jesús que se “haga Su Voluntad” en él, hizo que
desistiera en todas las ocasiones.
El
demonio lo tentó y azotó muchas veces, pero el santo cura permanecía
inalterable en su puesto, a pesar que solía azotarlo, moverle la cama por las
noches y hasta incendiarle el dormitorio.
Las
predicaciones las preparaba por la noche y ante el Santísimo Sacramento en El
Sagrario.
Las
escribía y las recitaba muchas veces para aprenderlas de memoria.
Pero
luego desde el púlpito se olvidaba de todo ello, y las palabras salían claras y
los pensamientos sonoros, y la gente se volcaba a la conversión y el
seguimiento de Jesucristo, haciendo honor a la Palabra de Jesús en los
Evangelios de “no preocuparse por lo que se vaya, ya que el Espíritu Santo
pondrá sus palabras en nuestras bocas”.
Pronto
los bares y centros de diversión comenzaron a perder adeptos, y la Iglesia
antes desierta se abarrotaba de gente para escucharlo y para oír sus sabios
consejos en el confesionario.
Ars
se convirtió en un centro de peregrinación religiosa para ver, escuchar, y si
fuera posible confesarse con el santo cura, que pasaba entre 12 y 16 horas
atendiendo a los que llegaban en el confesionario, del que llegó a decir que
era su “pequeña tumba”, en la que pasaba la mayoría del tiempo.
Los
turnos para verlo se repartían anticipadamente.
Los
pasajes de tren comenzaron a agotarse con semanas de anticipación, y varios
hoteles alrededor de la Iglesia albergaban a los peregrinos.
Leía
las conciencias y manifestaba los pecados de sus penitentes antes de que los
pronunciaran a sus oídos, y muchas veces recordaba algunos ya olvidados pero no
confesados a Jesucristo a través del sacerdote.
Compartía
lo escaso que tenía si alguien padecía más que él, y su generosidad y bondad
ganaron los corazones con alegría.
41
años estuvo en ese lugar y todo lo transformó.
La
fuerza del Espíritu Santo actuaba en él, y Jesús Resucitado era su guía y su
poder.
Los
problemas y dificultades de todo tipo los colocaba confiadamente bajo la
providencia del Padre Celestial.
Murió
el 4 de agosto de 1859 a los 73 años de edad.
Fue
canonizado en 1925 y proclamado por Pío XI “patrono de todos los sacerdotes”
en 1929.
Vocación Sacerdotal, Segunda Parte
Vocación Sacerdotal, primera parte
Vocación Sacerdotal, Segunda Parte